Opinión

La discriminación, una de las vertientes más torpes del racismo

por José Narosky

La conmemoración del Día Internacional de la Mujer deriva de un hecho incomprensible, en el que el abuso y la explotación laboral de obreras causó la muerte de 146 de ellas.

Pero esta circunstancia es suficientemente conocida para reiterarla. Fue el incendio -no se pudo aclarar nunca si fue intencional o no- de una fábrica de camisas en la ciudad de Nueva York, en marzo de 1911.

La discriminación, una de las vertientes más torpes del racismo, había condenado por siglos a la mujer, incluso a negar su naturaleza.

El varón, físicamente más fuerte, impuso como norma legal su superioridad. Porque olvidó que la ley del más fuerte es la negación de la ley.

Y el fanatismo, una ceguera que puede acompañarse de buena vista, impide el pensar, pero no el actuar. Porque en el arco iris de los sexos, los colores, las religiones, las razas, cada actor juega un importante papel.

Parece oportuno mencionar algunos ejemplos de mujeres que lograron metas que parecían inalcanzables, pero que tuvieron el talento y la voluntad de alcanzarlas.

En Latinoamérica, recordemos a Juana Azurduy atravesando los difíciles caminos y quebradas del Alto Perú (hoy Bolivia) al frente de un ejército de 2.000 cholos (campesinos), en la lucha por la independencia de estas tierras.

Perdió en esa lucha a su esposo y a sus tres hijos, pero frente a la adversidad, así como algunos frenan su avance, otros redoblan su impulso, como fue su caso.

Otro ejemplo de mujer especial fue el de la aviadora argentina Carola Lorenzini, que en el ya lejano 1935 subía a su avión hasta alcanzar casi los 6.000 metros de altura, el récord sudamericano femenino de altura, confirmando que quien tiene ideas es fuerte, pero quien tiene ideales es invencible.

Otro ejemplo de aptitud, talento y voluntad lo encontramos en la escultora Lola Mora, salteña por haber nacido en “La Candelaria”, que pertenecía en 1866, año en que nació, a la intendencia de Salta. Y se la menciona como tucumana, porque dicha intendencia pertenecía al obispado tucumano.

Fue la cabal demostración de que la voluntad de triunfar no otorga el triunfo, pero lo acerca.

Viajó a Europa a los 20 años para perfeccionarse; y los museos de Italia y Francia se engalanaron con sus obras.

Se considera “La Fuente de las Nereidas” como su escultura más valiosa, pero en casi todas las provincias argentinas, hay obras de ella.

No pueden faltar en esta lista de valiosas mujeres latinoamericanas -sé que es muy incompleta- Alfonsina Storni y Gabriela Mistral.

Alfonsina sentía que impedir a un poeta su canto es como poner cerrojo a una ilusión. Su aptitud poética la transformó en la gran figura de la poesía argentina.

Su voluntaria y trágica muerte me hace pensar que con su desaparición, mucha poesía murió sin escribirse.

Con decir que una poetisa chilena fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945 -primer latinoamericano que recibió esa distinción- estaría todo dicho.

Su verdadero nombre, Lucila Godoy, de hermosos ojos negros suavemente morenos, tuvo un drama de amor juvenil que marcó toda su vida: el suicidio -sin explicación alguna- de su novio.

Hay heridas que no se borran, aunque no se noten. Ni el Premio Nobel atenuó su dolor. Porque para el hombre, el amor es lo más importante, pero para la mujer es el todo.

Volar alto, dejar huellas

La posición actual de las mismas -que significa comprensión- ha mejorado ostensiblemente en el último siglo. Se ha confirmado totalmente que el hombre no es superior a la mujer. Sólo que es “diferente”. Y pocos suelen tener la intuición de éstas, ni su sexto sentido y no siempre su ternura.

También son innumerables los ejemplos de mujeres no latinoamericanas que por volar alto, dejaron huellas muy profundas.

Dos ejemplos solamente.

No podría faltar Marie Curie, científica polaca, única mujer que ganó dos veces el Premio Nobel.

A los 36 años el de física -compartido en 1903 con su esposo Pierre Curie y el Dr. Henri Becquerel-. En su caso el Premio Nobel le fue otorgado por el descubrimiento de la radioactividad.

También recibió el Premio Nobel de Química ocho años después.

Este mismo galardón lo ganó en 1935 su hija Irene, compartiéndolo con el Dr. Frédéric Joliot-Curie, su esposo.

Fue modesta en extremo. Es que la modestia del genio contiene orgullo. Pero es siempre íntimo.

El segundo ejemplo es menos conocido: el de Florence Nightingale. Todos hemos visto en hospitales o sanatorios fotos de una joven con uniforme de enfermera, con una cofia blanca y con un dedo sobre los labios solicitando silencio.

Florencia fue brillante, tenaz y apasionada. Inglesa, su país tenía una alianza con Francia, que en ese momento estaba en guerra con Rusia (Guerra de Crimea).

Viajó como voluntaria a Rusia, donde organizó hospitales de emergencias en ambulancias, detuvo una epidemia e implantó con energía y tenacidad medidas sanitarias muy valiosas. Sentía que dar el corazón no es gastarlo, es revivirlo.

Sé que podría agregar cientos de nombres, como la Madre Teresa de Calcuta, Helen Keller, que ciega, sorda y muda pudo señalar caminos.

Pero casi bastaría con decir que 14 mujeres lograron el Premio Nobel de Literatura, dos norteamericanas y 13 de diferentes países.

Y que fueron también mujeres las que ocuparon las primeras magistraturas de sus países en Chile, en nuestro país y en Brasil en Latinoamérica. Además, Indira Gandhi en la India, Golda Meir en Israel y la Dr. Angela Merkel en Alemania, entre otras.

En 1980, hace un cuarto de siglo, 170 países firmaron una resolución de las Naciones Unidas suprimiendo toda forma de discriminación contra las mujeres.

No firmaron este acto de justicia ocho países árabes. Tampoco Irán, país no árabe, aunque de religión musulmana.

Y la sorpresa fue Estados Unidos, que tampoco suscribió la citada resolución de las Naciones Unidas.

Pero fue un paso importante contra el injusto relegamiento de la mujer. Porque “donde no hay justicia para todos, no hay justicia”.

Existen más de 20 países árabes y en 12 de ellos un alto porcentaje de mujeres no pueden estudiar, votar ni casarse sin la aprobación de un integrante masculino de la familia.

Estos aspectos no implican un menoscabo al mundo árabe, que ha aportado al mundo su literatura y su moral. Y en estas áreas, han enriquecido a la humanidad.

No deseo omitirlo, que en el siglo XXI subsistan estos anacronismos debe ser para la mujer una herida honda y permanente.

Porque las heridas incomprensibles duelen más. Por otra parte, la injusticia siempre es inmoral. Aunque sea legal.

Pero tengamos fe. Porque lo injusto puede vencer a lo justo en 100 batallas.

Pero siempre perderá la última.

(*): Poeta, escritor e historiador.

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